Atención Psicológica en fibromialgia
Las personas con dolor crónico presentan habitualmente trastornos del estado de ánimo como consecuencia directa de vivir cada día con dolor y de tener que adaptarse a esta circunstancia. En el caso concreto de la Fibromialgia, los estudios demuestran que el 70% de estos enfermos padecen o han presentado episodios depresivos a lo largo de su vida, porcentaje que disminuye al 26% en el caso de los trastornos de ansiedad (Golberg 1999). Tanto la asociación con trastornos psiquiátricos (depresión, ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo, etc.) como los problemas derivados de la adaptación a la enfermedad (impacto del diagnóstico, necesidad de cambios de estilo de vida, problemas familiares, sociales o laborales) serán indicaciones para acudir a un especialista en salud mental sea psiquiatra o psicólogo. En este sentido, la psicoterapia sería una ayuda útil para el paciente.
Que un paciente necesite la ayuda puntual de un profesional de la salud mental no quiere decir que la enfermedad “sea cosa de locos” o “se la estén inventando”. El dolor en la Fibromialgia es real, pese a que se desconozca el origen, y el impacto emocional que produce el diagnóstico de una enfermedad crónica puede ocasionar crisis vitales para las que se precisa una ayuda externa y objetiva que ayude a estas personas a adaptarse mejor a su situación.
Siempre que una persona se involucra en cualquier tratamiento psicológico es necesario aclarar los objetivos del tratamiento. En este sentido, es imprescindible evaluar las expectativas del paciente con preguntas del tipo “¿qué espera del tratamiento?” o “¿qué le gustaría cambiar?”. Con esto se pretende que las expectativas sean ajustadas a la realidad para que no existan decepciones. Por ejemplo, la expectativa de la eliminación absoluta de los síntomas no sería realista, y eso hay que dejarlo claro desde el principio.
Como en otras enfermedades crónicas, el tratamiento psicológico se ha empleado con éxito en la Fibromialgia habiéndose demostrado que las intervenciones tempranas iniciadas tras el diagnóstico de la enfermedad son beneficiosas, sobre todo si se asocian con otros tratamientos farmacológicos y no farmacológicos.
La psicoterapia cognitivo-conductual está orientada al cambio de los pensamientos distorsionados que aparecen en la enfermedad. El programa de tratamiento habitual incluye intervenciones médicas, psicológicas, de fisioterapia, terapia ocupacional y enfermería basadas en este modelo cognitivo-conductual.
El objetivo del programa es asistir al paciente en el abordaje de la enfermedad, que se marque objetivos concretos y realistas en la vida diaria, elaborar actividades y manejar el dolor; se debe actuar sobre los pensamientos negativos que presentan los pacientes sobre la enfermedad, como pueden ser las actitudes pesimistas y victimistas (Pascual López y cols., 1993).
Con esta técnica los pacientes pueden mejorar significativamente la percepción del dolor y su estado de ánimo, aumentar el sentido de control de su vida y su actividad y reducir el tiempo de reposo en la cama. Se ha observado que los resultados mejoran cuanto más al inicio de la enfermedad se utilizan estas técnicas y se asocian a otras de relajación y ejercicio físico. Una forma de aplicar ambos tratamientos es en grupo, de forma que se dé información sobre la enfermedad (aspectos educativos) y se enseñen técnicas para manejar mejor los síntomas (reestructuración cognitiva, relajación, visualización, etc.)
Por otro lado, es muy importante explicar al paciente la naturaleza de su enfermedad: que es frecuente, crónica pero benigna, cómo se manifiesta y cuál será la evolución esperada. Además es fundamental que el paciente sienta el apoyo para evitar la búsqueda de otros profesionales y la realización de más pruebas diagnósticas y nuevos tratamientos. Se debe instruir al paciente para que evite situaciones que agraven su enfermedad, como pueden ser el estrés (los factores estresantes deben ser identificados y eliminados en la medida de lo posible) o un ejercicio físico mayor de lo habitual. Técnicas sencillas como la educación en la prevención del estrés, han demostrado ser útiles en la disminución del malestar de estos pacientes y en el control del dolor. La efectividad de las intervenciones educativas en Fibromialgia se ha demostrado en estudios controlados (Álamo y cols., 2002).